lunes, 29 de febrero de 2016

Haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón

DEBES SABERLO pastoreen el rebaño que Dios les ha dado, velando por él, no por obligación, sino voluntariamente, como quiere Dios; no por la avaricia del dinero, sino con sincero deseo. 1Pedro 5:2

INFORMACIÓN
Mi copa esta rebosando
La copa
Desde nuestra oración inicial para recibir a Jesucristo, y por el resto de nuestra vida cristiana, siempre pedimos algo a Dios. Las Escrituras nos ordenan y nos recomiendan que lo hagamos: oren si cesar; que mediante toda oración y súplica sean conocidas sus peticiones ante el Señor; llamen y se les abrirá, busquen y encontrarán, pidan y se les dará. 
A Dios no le molesta que sus hijos le pidan cosas; todo lo contrario. Son momentos de gran placer: cuando Dios le da un niño a una pareja en respuesta a años de oración, una luz orientadora después de un prolongado tiempo de tinieblas, una sanidad física para el ser amado que está enfermo, o la salvación de un amigo por el que se ha orado mucho tiempo. La lista es interminable. ¡Cuán desiertos serían nuestro mundo físico y nuestra vida espiritual si Dios no respondiera a la oración!

Sin embargo, usted descubrirá que el sufrimiento modifica el enfoque de su oración. Hará que revise el contenido de lo que pide, especialmente cuando lo contrasta con los momentos placenteros de su andar con Cristo. No significa que cuando le pide algo a Dios esté equivocado, pero descubrirá que el sufrimiento estimula una perspectiva diferente en cuanto a qué pedir. 

El contenido de la oración no es el mismo cuando uno está levantando la mirada desde el fondo del pozo. Es más, parte del sufrimiento surge cuando Dios no concede muchos de los pedidos que le hacemos, o por lo menos no responde de la manera que esperaríamos y nos gustaría que lo hiciera. El sufrimiento intenso y prolongado nos obliga a enfrentar preguntas simples pero profundas: “¿Qué espero de Jesús? ¿Qué espero de Dios?” 

Las preguntas no son tan sencillas como parecen, y la respuesta es aun más difícil. Si usted está pidiendo en oración bendiciones más profundas en el mundo espiritual o un andar más fiel con Jesús, y realmente lo desea, tal vez se sorprenda al ver la manera en que Dios responde a sus peticiones. 

Con toda seguridad, acrecentará su fe. Cuando estas peticiones son respondidas, no se trata tanto de que Dios nos dé lo que pedimos, sino que él nos conduzca hasta el punto donde estemos en condiciones de recibir lo que quiere darnos. El camino hacia la profundidad espiritual es prolongado y a menudo encontraremos en él obstáculos y trampas. Una vez que comprendamos esto, seremos más cuidadosos al calcular el costo antes de pedirle a Dios que cumpla su voluntad en nosotros.

Afortunadamente, encontramos en las Escrituras una petición de este estilo. En Marcos 10:35–41, Jacobo y Juan se acercaron a Jesús y le dijeron: “Maestro, querríamos que nos hagas lo que pidiéremos”. Antes de continuar, podríamos anotar nuestros nombres junto a los de estos dos discípulos. El contenido de nuestras peticiones ofrece pruebas abrumadoras de que con frecuencia lo que nuestro corazón desea es recibir de Dios cualquier cosa que le pidamos.
“Maestro, querríamos que nos hagas lo que pidiéremos.
El les dijo: ¿Qué queréis que os haga?
Ellos le dijeron: Concédenos que en tu gloria nos sentemos el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda [y entre nosotros competiremos por el primer y segundo puesto].
Entonces Jesús les dijo: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber del vaso que yo bebo, o ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado?
Ellos dijeron: Podemos. Jesús les dijo: A la verdad, del vaso que yo bebo, beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados; pero el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está preparado.
Cuando lo oyeron los diez, comenzaron a enojarse contra Jacobo y contra Juan.”
Lo que Jacobo y Juan pidieron a Jesús (y se trata de una oración, ya sea que Jesús estuviera en la tierra o en el cielo), se lo piden a él, no que él lo consiga del Padre. Lo que pidieron fue algo que trasciende el presente y excede a la esfera terrenal, concretamente, compartir la gloria de Jesús. Jacobo y Juan reciben mucha mala prensa por lo que pidieron. Los comentaristas los describen como personas egoístas, ambiciosas, espiritualmente inmaduras, deseosas de fama terrenal, orgullosas, carnales … y otra vez, anotemos nuestros nombres junto a los de ellos. Jacobo y Juan tenían mucho que aprender acerca de lo que se exige de aquellos que deciden seguir a Jesús. Hasta este momento no habían sentido el corazón desgarrado. Pero pronto lo sentirían: en el Getsemaní, en la angustiosa huida cuando Jesús fue arrestado, en el Calvario, y durante las apariciones de Jesús después de su resurrección.

Si bien son válidas algunas de las acusaciones contra Jacobo y Juan, hay otros factores para tener en cuenta:
Por lo menos dejaron todo para seguir a Jesús.
Por lo menos consideraron valiosa la “perla de gran precio” y la buscaron.
Por lo menos modificaron sus prioridades cuando conocieron a Jesús y tomaron en cuenta lo que era de verdadero valor.
Por lo menos, cuando muchos otros discípulos dejaron de seguir a Jesús (Juan 6:66), ellos siguieron con él.
Por lo menos se mantuvieron firmes y no renunciaron, a pesar de las frustraciones, cuando Dios actuaba de una manera opuesta a la que ellos hubieran esperado.
Por lo menos querían estar en la gloria con Jesús.
Por lo menos se daban cuenta que se trataba de la gloria de Jesús, no la de ellos, y que sin él no había gloria.

¿Por qué cosas ora usted … cuando ora?
Por lo menos ellos creían que Jesús respondería a sus peticiones.
Por lo menos sus oraciones contenían un elemento espiritual. No oraban por bienes de este mundo, por riquezas, dinero, una pareja, un trabajo, salud, una profesión, una empresa exitosa, o una larga lista de otras cosas que aparecen en el inventario de deseos al que llamamos oración.

Por lo menos querían ser parte de la gloria de Jesús, después de haberlo acompañado alrededor de tres años y medio. Esto era más de lo que creía Judas, y mucho más de lo que anhelaba.

Por lo menos creían en la identidad y en la misión de Jesús, y anhelaban estar relacionados eternamente con él. Esto también era más de lo que los escribas, fariseos, y otros líderes religiosos de la época creían o deseaban. Lo que éstos deseaban eran lugares de preeminencia y autoridad, la reverencia de las multitudes, y una vida relativamente próspera.

Por lo menos las oraciones de Jacobo y de Juan tenían un efecto eterno.

¿Por qué cosas ora usted … cuando ora? 
¿Qué viene a continuación, cuando usted dice “Jesús, quiero que me des lo que te pido”? 
¿Cómo continúa su petición? 

Si bien es adecuado y bueno que Dios dé a los creyentes el privilegio de la oración, debemos evaluar continuamente qué es lo que en esencia deseamos de Jesús. Cuando reviso la mayor parte de mis oraciones de los años anteriores, veo que con frecuencia pasé por alto los deseos y aspectos eternos. 

No estoy diciendo que pidiera cosas equivocadas; lo que digo es que eran superficiales, especialmente cuando al mismo tiempo eran declaraciones grandilocuentes de mi deseo de ser más fiel a Jesús. El sufrimiento fue el medio que Dios usó para que yo examinara la esencia de lo que estaba pidiendo. El resultado no fue tanto que de manera intencional modificara mi forma de orar, sino que la gravedad de las circunstancias hizo que cambiara.

Lo que Jacobo y Juan demandaron no era una petición que a Jesús le disgustara, y en realidad era mejor que algunas de nuestras peticiones. Pero hay mucho más en este relato de lo que se ve a primera vista. 

Nuestra responsabilidad, como buenos alumnos de Dios y de su Palabra, es entrar al mundo de Jacobo y Juan a fin de ver con sus ojos y escuchar con sus oídos. Cuando consideramos el relato en el contexto de su mundo, comprendemos mejor qué estaban pidiéndole a Jesús y por qué lo pedían. Una vez que lo hayamos entendido, podremos relacionarlo con lo que aprendemos en nuestro propio peregrinaje espiritual. Hay tesoros profundos en la Palabra de Dios, esperando que los saquemos a luz y los investiguemos. La exploración exige esfuerzo, pero los beneficios son eternos y transforman nuestra vida. Tal vez nos sorprendamos con lo que encontremos.
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En Marcos 9, el capítulo anterior a la petición de Jacobo y Juan, leemos acerca de la Transfiguración de Jesús. Tendemos a leer acerca de este acontecimiento de manera ligera, pensando que sería bueno haberlo presenciado; pero rara vez inquieta nuestro espíritu. Sin embargo, sí inquieto el espíritu de los tres que fueron testigos de aquel hecho. Jesús había revelado a sus discípulos: “De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte hasta que hayan visto el reino de Dios venido con poder” (Marcos 9:1). 
Para el grupo de seguidores itinerantes que prácticamente carecían de posesiones, y que además consideraban a Jesús como el Mesías prometido de Israel, esta fue una revelación trascendental, aunque no alcanzaban a comprender exactamente qué significaban las palabras de Jesús. A esta altura, los discípulos habían sido testigos del poder de Jesús sobre la enfermedad, la muerte, las fuerzas de la naturaleza, y Satanás y sus demonios: prácticamente cada parte de la creación. A los Doce les sería difícil imaginar algún ámbito que Jesús no hubiera sometido todavía a su poder. Pero lo que Jesús les prometía ahora avivaba su imaginación, especialmente porque Jesús vinculaba el despliegue de poder con la venida de su reino.

Como era de esperar, Jesús eligió al círculo íntimo formado por Pedro, Jacobo y Juan, para que fueran testigos del acontecimiento. Los tres espectadores volverían de la montaña transformados para siempre. Por el resto de sus vidas recordarían lo que habían visto en aquel día inolvidable. 

Más aun, este anticipo de la llegada del glorioso reinado de Cristo produjo en Pedro un impacto más grande que caminar sobre el agua, más que cualquier otro de los milagros de Jesús. En 2da. Pedro 1:16–18, apenas semanas antes de ser crucificado por la causa de Cristo, expresando algunos de sus últimos pensamientos ante la cercanía de su muerte, Pedro recordó el impacto de la Transfiguración:
“Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad. Pues cuando él recibió de Dios Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia. Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando estábamos con él en el monte santo.”
Cualquiera que supiera la inminencia de su muerte escribiría o hablaría acerca de las cosas más cercanas a su corazón. Pedro no era diferente. La Transfiguración fue uno de los episodios más memorables en la vida de Pedro, en la que hubo cientos de lecciones y encuentros con Jesús.

También el anciano Juan escribió, en Juan 1:14, “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”. Probablemente esta declaración se refiere sobre todo a la Transfiguración. Aunque Jesús reveló gradualmente su gloria a los Doce (Juan 2:11), se trataba solo de pequeñas demostraciones. 

En general, con excepción de la Transfiguración, los discípulos fueron testigos de la humildad de Jesús más que de su gloria. Ni siquiera la resurrección y ascensión de Jesús igualaron aquella demostración de la gloria de Dios. Esta pudo haber sido una de las razones por las que Juan reconoció a Jesús décadas más tarde, cuando estaba en Patmos; él había visto su gloria años atrás.

Sea como fuere, la Transfiguración fue un suceso que transformó la vida de los tres que estaban presentes. Era imposible que, después de contemplar en forma directa la gloria de Jesús, Pedro, Jacobo y Juan percibieran las cosas de la tierra igual que antes. 

¿Cree usted que después de haber visto la gloria de Jesús, de haber visto a Moisés y a Elías, de haber escuchado la voz audible de Dios dando testimonio acerca de su amado Hijo, regresarían en la misma condición que antes? 

¿Cree que su mayor anhelo sería el de convertirse en ciudadanos romanos y progresar social y económicamente durante una breve y transitoria existencia en la tierra? 

¿Sentirían envidia de la posición sólida y estéril de un fariseo? 

¿Cree usted que se sentirían atraídos por alguna cosa de esta tierra, o por cualquier cargo o rango que el mundo pudiera ofrecer, o por alguna efímera riqueza?

Recordemos que Pedro también estaba con Jacobo y Juan. Vio lo que ellos vieron, oyó lo que ellos oyeron. Sin embargo, Jesús “les mandó que a nadie dijesen lo que habían visto, sino cuando el Hijo del Hombre hubiese resucitado de los muertos” (Marcos 9:9). Observe la importancia de la revelación de Jesús: “Y guardaron [Pedro, Jacobo y Juan] la palabra entre sí, discutiendo qué sería aquello de resucitar de los muertos” (9:10). Esta declaración es importante, y luego volveremos a ella.

Cuando leemos el relato en Marcos, da la impresión de que apenas pasaron unos pocos días entre la Transfiguración relatada en Marcos 9 y el pedido que Jacobo y Juan hicieron en Marcos 10. En realidad pasó casi un año. En el lapso previo a las preguntas de Marcos 10 tuvieron lugar los hechos que se relatan en Lucas 10–13 y Juan 7–10. Esto resulta evidente por el cambio de escenario donde está Jesús con sus discípulos. La Transfiguración tuvo lugar en una montaña en Galilea, al norte de Israel. Los sucesos de Marcos 10 ocurrieron durante el viaje final de Jesús a Jerusalén, apenas unos días antes de su crucifixión.

Aun así, los discípulos no dejaron de tener presente aquel suceso. Aunque las Escrituras no lo dicen, seguramente Pedro, Jacobo y Juan habrán comentado una y otra vez los hechos y el significado de la Transfiguración mientras los tres estaban solos, y también con Jesús. Para saber cuánto más de la verdad les reveló Jesús, si es que lo hizo, tendremos que esperar a conocer los detalles en la eternidad. De todos modos la gloria de la Transfiguración no clarificó las cosas en forma inmediata; más bien se encontraron con un número cada vez mayor de preguntas, y mucho más debate.

Como en otras circunstancias, cuando Jesús revelaba una verdad adicional, con frecuencia no mostraba el cuadro completo. Fue así en cuanto a la muerte y la gloria de Jesús. En Marcos 9:31–32 Jesús habló nuevamente en forma directa con todos los discípulos acerca de su muerte, y concluyó una vez más con la promesa de su resurrección. El grupo completo, incluyendo a los tres testigos de la Transfiguración, “no entendían esta palabra, y tenían miedo de preguntarle”. Las declaraciones de Jesús los dejaba perplejos, y eso era solo el comienzo de su confusión.

Así fue que casi un año más tarde Jacobo y Juan hicieron su pedido de reinar con Jesús en la gloria (Marcos 10). Y no solo eso, sino que presentaron una petición completa y bien calculada, seguramente apropiada al momento que vivían. Algo debió haber ocurrido, que los movilizó a acercarse a Jesús, algo que escucharon o vieron y que los impulsó a actuar. En efecto, había tenido lugar un acontecimiento singular y, si consideramos la situación desde la perspectiva de Jacobo y Juan, reaccionaron de manera comprensible.
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Cuando ocurrieron los sucesos de Marcos 10, a Jesús le quedaba poco tiempo de vida terrenal. No solo había afirmado su rostro para llegar a Jerusalén y completar la misión que Dios le había ordenado (Lucas 9:51), sino que también se había propuesto firmemente enseñar a sus discípulos de una forma diaria y metódica. Con frecuencia, los acontecimientos del día o el encuentro con alguna persona servían de base para que el Maestro les diera una lección sobre la verdad y la vida. Cuanto más se acercaba Jesús a la cruz, tanto más profundas eran las lecciones espirituales que compartía con los Doce.

Uno de esos encuentros afectó de manera especial a quienes lo presenciaron: el del joven rico (Marcos 10:17–31). Esta circunstancia no solo condujo al discurso de Jesús sobre las recompensas celestiales; también finalmente animó a Jacobo y a Juan a presentar su petición ante Jesús.

El que un dirigente rico se acercara a hacerle preguntas a Jesús seguramente haría que los discípulos reaccionaran con cierto optimismo. No tanto porque quisieran que se agregara alguien al grupo de los Doce. Es más probable que consideraran esta entrevista como un hecho alentador, una muestra de la creciente ola de popularidad a medida que se acercaban a Jerusalén. 

Aunque Jesús había recibido una constante oposición de parte de los líderes religiosos a lo largo de su ministerio terrenal, en este momento se acercaba uno que no solo contaba con recursos financieros e influencia en el mundo, sino que además tenía interés en las cosas espirituales. Sin duda este hombre sería una valiosa conquista para el reino. A diferencia de la mayoría de las personas que recibían el evangelio, este hombre tenía algo para dar. Sin embargo, como en muchas otras oportunidades, Jesús respondió al joven y rico dignatario de una manera opuesta a la que los discípulos esperaban.

El hombre que se acercó a Jesús carecía de algo; los huecos en su alma se lo recordaban a diario. Aunque era dueño de muchos bienes, había llegado a la conclusión de que la vida consistía en mucho más que aquello de lo cual era dueño. Quería y necesitaba a Dios, pero no entendía su vacío espiritual. 

En realidad, le intrigaba esta ausencia de Dios en su vida porque, según su propia evaluación, llevaba una vida recta y guardaba la ley (Marcos 10:20). Se consideraba a sí mismo un hombre bueno, no malo. Pero su valoración era el principal obstáculo para recibir la vida eterna; estaba sostenido por su propia perspectiva, su autoestima, sus pautas … no las de Dios. Jesús, que tiene el poder de examinar aun los rincones de los pensamientos y las motivaciones humanas, se dirigió a este hombre de una manera gentil, citándole algunos de los Diez Mandamientos. 

Aun esos pocos mandamientos sacaron a la luz el carácter vano del fundamento espiritual de este joven. No estaba completo. Él lo sabía, y Jesús lo sabía, porque conocía la profundidad del fracaso de este hombre, oculto muy por debajo de su aparente rectitud.

Jesús citó solamente los mandamientos que tratan con las relaciones humanas, y omitió los cuatro primeros, que instruyen acerca de la relación y la responsabilidad del ser humano con Dios. Era un comienzo adecuado, ya que el joven era una persona acostumbrada a manejarse en el mundo material y, por lo general sacar ventajas. Reaccionó a las referencias de Jesús con la declaración de que él había cumplido todo lo que la ley manda. Sin embargo, muy en lo profundo, sentía que le faltaba algo y esto lo angustiaba constantemente: la vida eterna. Pero sus respuestas ponen de manifiesto que definía la vida eterna más de acuerdo con sus parámetros que con los de Dios. 

En ningún momento de su conversación con Jesús menciona a Dios. Quería la vida eterna, sí, pero según sus propias pautas y sus esfuerzos. Quería una recompensa eterna, no una relación eterna. Este hombre había comprado todo lo que quería; lo que deseaba ahora era frenar el reloj de la vida, o mejor aun, lograr que su prosperidad actual continuara en la eternidad. 

Pero su vacío interno contradecía la evaluación externa de sí mismo. Debe haber algo más que hacer, razonaba, reconociendo ante Jesús que todavía le faltaba algo (Mateo 19:20). Respondiendo a esa consulta, Jesús se encontró con el joven en su campo de juego, y le respondió con algo de lo que podía “hacer”: “Vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme” (Mateo 19:21).

La pregunta que hizo este joven rico nos revela algo más sobre su sistema de valores. El hombre preguntó qué le faltaba, cuando la pregunta apropiada hubiera sido Quién le faltaba. Marcos 10:22 registra su respuesta ante la sugerencia de Jesús: “Pero él, afligido por esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones”. De esta manera, tratando en el terreno del joven (el mundo de lo material, el ámbito donde se consideraba impecable), Jesús puso en evidencia que en realidad el joven había quebrantado el primer mandamiento: “No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éxodo 20:3). Se aferraba a los bienes materiales que había acumulado, aunque éstos nunca podrían darle paz ni plenitud. Lo ahogarían más y más en la medida que continuara luchando por obtener mejores y más grandes bienes. 

El joven se acercó a Jesús agobiado y vacío, y se marchó peor de lo que había venido, invadido por la tristeza. El duelo se reserva generalmente para la muerte de un ser querido. En este caso, se trataba de la muerte de un sueño, la desaparición de su concepto personal de la vida eterna.

Lo único que en definitiva el joven escuchó fue la indicación de Jesús de que vendiera todo lo que tenía; no captó la invitación a seguirlo. El joven no alcanzaba a comprender el sentido de perder lo uno para ganar al Otro. El hombre afligido se fue ese día sin Jesús, sin bendición, sin paz, y a esta altura de la circunstancia, sin Dios. Desde ese día en adelante sus cuantiosas propiedades ya no le aportarían satisfacción, solo una burla silenciosa que constantemente le recordaría su depravación.

Los discípulos no hubieran conducido este encuentro de la manera en la que lo hizo Jesús. Aunque no lo decían en voz alta, no estaban convencidos de que Jesús hubiera manejado el asunto de la mejor manera. La reacción que tuvieron muestra lo que pensaban. Marcos 10:24 dice que “los discípulos se asombraron de sus palabras”. Y Marcos 10:26 agrega que “se asombraban aun más” cuando Jesús les dijo cuán difícil le era a un rico salvarse. 

¿Por qué se asombrarían tanto por lo que Jesús dijo? Habían escuchado a su Maestro hablar palabras maravillosas y habían presenciado sus innumerables milagros durante más de tres años, y sin embargo las Escrituras rara vez registran asombro de su parte, especialmente de este tipo. ¿Qué había en esta declaración, que provocara en los Doce un asombro tan grande?

Desde el punto de vista de los discípulos, la respuesta es que el joven ya estaba recibiendo una bendición enorme de parte de Dios. La manera en que reaccionaron a los comentarios de Jesús revela la forma en la que percibían y definían las bendiciones de Dios, que no es tan diferente a la nuestra. 

Después de todo, si consideramos la esencia de la mayoría de nuestras oraciones, ¿no estamos pidiendo también, ser un joven rico? Ricos en el sentido de las posesiones que podamos conseguir, de nuestros ingresos, de las cosas que deseamos, de la libertad económica que nos hará menos dependientes de Dios. 

Y jóvenes en el sentido de buena salud, vitalidad, o como Jesús le dijo a Pedro: “cuando eras más joven, te ceñías, e ibas a donde querías”. Y dignatarios, para ser obedecidos por otros; ser personas destacadas, “alguien”, estar por encima de los demás, tener seguridad y un buen ingreso; queremos que los demás nos tengan en cuenta, queremos que otros nos sirvan.

Podemos decir que la esencia de la mayoría de nuestras oraciones se resume de la siguiente forma: libertad económica para hacer todo lo que nos guste, buena salud para disfrutar de la vida, y a la vez del respeto y la envidia de otros, si no por lo que somos o hacemos, al menos por lo que tenemos. 

El contenido de nuestras oraciones pone en evidencia que nos gustaría ocupar el lugar del joven rico, que deseamos las posesiones que él tenía, y que a la vez nos gustaría encontrarnos con Jesús en algún momento de la vida. Esta es la manera en que los discípulos, y también nosotros, habitualmente concebimos las bendiciones de Dios.

¿Por qué cosas ora usted … cuando ora?
Como era frecuente, Pedro es quien formula las preguntas que mejor reflejan nuestro corazón. Observemos cómo razona en el pasaje paralelo de Mateo 19:27–28. Lo que él piensa, sin dudas, es que nadie podría estar más bendecido por Dios que aquél joven y rico dirigente. 

Tenía prácticamente todo lo que un hombre podría desear. Su copa rebosaba de las buenas y abundantes bendiciones de Dios. Sin embargo, Jesús le había dicho que vendiera sus posesiones y entonces tendría “tesoro en el cielo”. Pedro se sorprende por la respuesta de Jesús. Le parece que hay algo que necesita entender mejor. ¿Quiere decir que el tesoro o la bendición solo se encuentra en el cielo? Pedro no pregunta (y en ese momento de su vida poco le importa) por la salvación del joven rico, ni por qué la riqueza podría ser un obstáculo para la recompensa eterna. 

Él pregunta por “nosotros”. Y tratándose de Pedro, si estuviera solo con Jesús, en realidad preguntaría “¿Y qué hay para mí?” Pedro comienza su pregunta con la expresión “He aquí” (Mateo 19:27), una manera sumamente importante de comenzar. Su propósito es subrayar la seriedad de la declaración siguiente.

“He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué pues, tendremos?” En otras palabras, “Ya hicimos lo que pediste al joven rico que hiciera, y él no quiso hacer. Quizás no teníamos tantas posesiones para dejar, pero abandonamos todo lo que poseíamos para seguirte. ¿Qué pues tendremos?” Esta es una pregunta lógica en esa circunstancia, y Jesús no reprendió a Pedro por su interés en la recompensa eterna.

Su respuesta fue: “De cierto os digo [‘Amén’] que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente [literalmente] en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel”. Recordemos que Jacobo y Juan estuvieron presentes en la Transfiguración. 

Exceptuando a Pedro, sabían mucho más que cualquiera de los otros en qué consistía el trono de gloria de Jesús, y seguramente el corazón les habrá dado un vuelco. Lucas 19:11 dice que “ellos pensaban que el reino de Dios se manifestaría inmediatamente” y, por supuesto, con el reino vendría la gloria de la que habían sido testigos en aquella oportunidad. Solo que ahora la gloria no estaría limitada a una visión fugaz de tres discípulos aturdidos, refugiados en una montaña aislada; la gloria del reino iluminaría a la nación de Israel, y en última instancia a todo el mundo.

“¿De eso seremos parte?” Jacobo y Juan seguramente cruzaron una mirada. Una cosa era ver a Jesús en su gloria, a la cual tenía pleno derecho. Pero estar asociados con esa gloria, participar de ella, estar ligados eterna e íntimamente con él y con su gloria … ¡Qué recompensa maravillosa, indescriptible, incomparable!

Jesús luego amplió su respuesta para abarcar a cualquiera (incluyendo tu y yo) que renuncie a personas o a posesiones en favor del evangelio. Prometió mucho a cambio, parte de ello en esta tierra y aun más en el futuro (Mateo 19:29). Sin embargo, Jesús concluyó su discurso de una manera notable: “pero muchos primeros serán postreros” (Marcos 10:31). 

En el relato que da Mateo, Jesús continuó con una parábola sobre el dueño de un campo, los trabajadores, y la recompensa que recibirían (Mateo 20:1–15). Concluyó la parábola con una pregunta: “¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mío?” Por supuesto, Jacobo y Juan están presentes, escuchando las enseñanzas del Salvador.

Después de este discurso, mientras avanzaban en el viaje final a Jerusalén, Jesús llevó nuevamente aparte a los Doce y comenzó a informarles acerca de su inminente sufrimiento, tortura y muerte (Marcos 10:32–34). Una vez más concluyó con la promesa de que resucitaría. 

Con todo lo que ya había enseñado Jesús a su pequeña manada en los días previos, este concepto era de importancia crucial. Es la misma declaración que les había dado a Pedro, Jacobo y Juan inmediatamente después de la Transfiguración. Los tres habían estado conversando sobre esto, pero todavía no lo entendían. 

Sin embargo, no importaba de qué se tratara esto de levantarse de los muertos, resultaba coherente con la realidad de Jesús sentado en el trono de su gloria. No solo eso, sino que además estaba en relación con el anuncio de que los Doce ocuparían sus tronos para juzgar a las doce tribus de Israel y para recibir la recompensa largamente esperada.

La declaración de que Jesús resucitaría de los muertos movilizó a Jacobo y a Juan; esa verdad los atrapó. Mateo 20:20, donde leemos que Jacobo y Juan se acercaron a Jesús, comienza con la palabra “entonces”. Es decir que la petición de Jacobo y de Juan se presentó a raíz de la información que Jesús acababa de dar. Esto les brindó la oportunidad de que preguntaran lo que ya estaba inquietándolos.

Póngase usted en el lugar de Jacobo y de Juan. Habían sido testigos de la gloria de Jesús en la Transfiguración. ¿Acaso no fueron ellos, en algún sentido, “primeros” en recibir la visión del reino venidero con su poder y su gloria? Jesús les había dicho que no hablaran de la Transfiguración hasta que él resucitara, y dado que ahora estaba hablando abiertamente acerca de la resurrección y hasta relacionándola con las recompensas que serían otorgadas en aquel momento, seguramente la gloria llegaría pronto. 

Además, como Jesús había dicho que muchos de los primeros serían últimos (muchos, pero no todos), Jacobo y Juan debían ocuparse de asegurar su lugar. No pedírselo a Jesús podría ser interpretado como una desvalorización de lo que él ofrecía. Jacobo y Juan sabían cuál era su recompensa, ahora preguntaron por su posición. Habían contemplado a Jesús en su gloria, y no querían ocupar el último lugar. Para ellos era suficientemente valioso como para acercarse a Jesús y hacerle la petición.

Observe que Jacobo y Juan no incluyeron a Pedro en su pedido, a pesar de que éste había presenciado lo mismo que ellos. Marcos 10:41 muestra que los otros diez se indignaron, y podríamos anotar al margen que seguramente fueron liderados por Pedro. Nadie estaría más indignado que él; ninguno de los otros apóstoles había vivido aquella experiencia. 

Probablemente Pedro les dirigió una severa mirada a Jacobo y a Juan, como diciendo: “Jesús ordenó que no dijéramos nada hasta que él se levantara de los muertos. Ustedes están rompiendo las reglas de juego. Están haciendo trampas. ¡Repréndelos, Jesús!” Fiel al carácter que en ese momento tenía, lo más probable es que Pedro se haya enojado sobre todo por no haber tenido la idea de pedir ese privilegio para sí.

Lo que muchos pasan por alto es que Jesús no reprendió a Jacobo y a Juan por lo que habían pedido. En un sentido, su petición es una declaración de fe y de adoración, así como un niño expresa cosas a su padre, y éste entiende que se trata de la perspectiva de un niño. (“Te daré mi moneda para que repares el automóvil, papi”). Jesús les había enseñado: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”. También les había enseñado:
“No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”.
Mateo 6:19–21
Jacobo y Juan conocían su tesoro, sabían dónde estaba su corazón, y querían estar para siempre con Jesús.

¿Por qué cosas ora usted … cuando ora?
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La respuesta que Jesús dio a Jacobo y a Juan envía una luz penetrante a nuestro corazón y a nuestra comprensión, o para decirlo más claramente, a nuestra concepto equivocado sobre la oración. Jesús les dijo que no “sabían” lo que pedían, y usó para ello la palabra griega que significa “conocer con el intelecto; entender”. 
Las Escrituras no guardan registro de los gestos de Jacobo y de Juan, aunque seguramente habrán expresado incredulidad. Les habrá parecido que en esta oportunidad Jesús no los entendía a ellos. Jacobo y Juan “sabían” lo que querían, y sabían que él lo sabía, y no fueron en absoluto ambiguos cuando se lo pidieron. Lo que en realidad no entendían era la naturaleza de la oración. 
Consideraban que su petición dependía por completo de Jesús: él tenía lo que ellos querían, y él podía abrir “la bolsa de los regalos”, hacerles una seña y entregárselos, así como había hecho cuando convirtió el agua en vino o alimentó a las multitudes. Lo que no lograban percibir a esta altura de su peregrinaje espiritual era que lo que pedían no dependía tanto de la capacidad del Dador para entregarlo como de la capacidad espiritual de ellos para recibirlo. Dios está más que dispuesto a darle a ellos y a nosotros aquello que pedimos, en la medida en que satisfaga su gloria y nuestro bien final. 
La pregunta crítica es si estamos dispuestos a que Dios nos conduzca al momento en que seamos vasijas adecuadas para recibir las bendiciones más profundas que quiere darnos. En lugar de decir “Dame esto, Señor”, nuestra oración debería ser “Señor, por favor obra en mi vida y quita los obstáculos que me impiden conocerte mejor y ser una vasija preparada para una vida espiritual más profunda, un servicio más profundo y bendiciones más profundas”.

¿Por qué cosas ora usted … cuando ora?
De este concepto surge otra lección. Con frecuencia, nuestro enfoque de la oración está completamente equivocado. Nos imaginamos que podemos forzar a Dios para que abra su mano y nos dé algo “bueno”, algo que con frecuencia parece reticente a entregar, cuando en realidad la demora podría depender de que nosotros no estemos en condiciones de recibirlo. A mi hijo de seis años no debería darle un rifle, un automóvil o una sierra eléctrica. No debería dejarlo solo en ciertos lugares. Aunque él las deseara intensamente, lo perjudicaría si se las diera. 

La parábola del hijo pródigo muestra la necedad de que se nos dé todo lo que deseamos cuando todavía no estamos preparados para recibirlo. Ocurre lo mismo en el mundo espiritual. ¿No cree usted que Jesús desee más intimidad y compañerismo con nosotros y que le complacería dar cosas buenas a sus discípulos? ¿La demora se produce por su causa o por la nuestra? A fin de que el Señor pudiera dar a Jacobo y a Juan lo que pedían, tendrían que pasar por el proceso de pulido y refinado, que Jesús creciera y ellos menguaran (Juan 3:30), y lo mismo ocurre con nosotros.

Jesús enseñó a Jacobo y a Juan, y nos enseña a nosotros, que pedían con un enfoque incorrecto. Jesús lo hizo en forma oral, y el texto en sí resulta sutil. En Marcos 10:35 se usa seis veces la palabra griega de, que generalmente se traduce “pero”. Esto nos da una mayor comprensión de lo que en esencia estaban diciendo. Lo que Jacobo y Juan querían no era lo que efectivamente pedían y en realidad no “sabían” qué estaban pidiendo.

Observe cómo se modifica el tenor de la conversación al incluir la partícula de [“pero”]:
“Maestro, queremos que hagas lo que te pedimos”.
Pero Jesús dijo: “¿Qué quieren que les haga?”
Pero ellos le dijeron: “Asegúranos que podremos sentarnos en tu gloria, uno a la derecha, y otro a la izquierda”.
Pero Jesús dijo: “No saben lo que piden. ¿Pueden beber la copa que yo bebo o ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado?”
Pero ellos le dijeron: “Podemos”.
Pero Jesús les dijo: “La copa que yo bebo beberán, y serán bautizados con el bautismo con que soy bautizado”.
En tres veces sucesivas la frase “Pero Jesús dijo” vino como respuesta a lo que dijeron Jacobo y Juan. Es como si hubiera dos temas diferentes de conversación que transcurren en forma simultánea; y en efecto, así era. Jesús sabía de lo que hablaba. Jacobo y Juan no, pero creían saberlo. Lo mismo vale para buena parte de las oraciones que se han elevado a lo largo de la historia de la iglesia, incluyendo muchas de las nuestras. A menudo no sabemos qué estamos pidiendo.

Muchas personas, especialmente en un encuentro cristiano declaran: “¡Quiero conocer más profundamente a Jesús!” Para que esto ocurra, Dios debe intervenir para quitar los elementos que nos impiden conocerlo mejor. 

Esto incluye cosas que consideramos buenas. Y Dios a veces obra de una manera que nos deja pasmados y confundidos. Un aspecto de esta forma particular de actuar es que Dios retiene o demora bendiciones, a fin de que podamos recibir una bendición más grande en el futuro. 

Algunas bendiciones nos serán concedidas mientras estemos en la tierra; otras las recibiremos en el cielo, todas ellas cuidadosamente otorgadas con la precisión de un Dios generoso que se deleita en dar a sus hijos regalos excelentes.
“¿Por qué no me das lo que te pido, Señor?”
“¿Por qué no me dejas hacerlo?”

Una cosa es pedir bendiciones más profundas. Otra cosa muy distinta es mantenernos firmes durante el proceso de refinamiento que nos pone en condiciones de recibir aquello que pedimos.
“¿En qué medida quieren esto que piden, Jacobo y Juan?”
“¿En qué medida lo quieres tú, que eres hijo de Dios?”

¿Por qué cosas ora usted … cuando ora?
Hay otra lección que podemos aprender de este encuentro con Jesús. En el proceso de recibir bendiciones más profundas, una parte nos corresponde a nosotros y otra a Dios. Jesús preguntó a Jacobo y a Juan si “podían”, con la palabra griega dynamai, que significa “ser capaz” o “tener el poder de”. 

Es la palabra de la cual proviene el término “dinamita”. ¿Podían beber la copa que Jesús bebía, o ser bautizados con el bautismo que él era bautizado? Jesús utilizó dos metáforas en la respuesta que dio en forma de pregunta, una activa y la otra pasiva. Al beber la copa hacemos algo (activo); participamos intencionalmente. 

Al ser bautizados recibimos algo (pasivo); nos sometemos a lo que Dios nos da. Una es elección voluntaria, lo cual no significa que sea fácil. La otra consiste en responder por fe a la cruz que nos toca llevar en aquello que Dios produce o permite en nuestra vida, aceptar el costo y seguir adelante por fe.

¿Puedes beber la copa que Jesús bebió?
     La copa de no vivir conforme a los parámetros de éxito de este mundo.
     La copa de caminar por fe aun en la más densa oscuridad.
     La copa de evaluar nuestra vida según la santidad de Dios y su Palabra, en         lugar de nuestra autoevaluación.
     La copa de reconocer la profundidad de nuestro pecado y depravación, de           confesarlo ante Dios y cuando sea necesario ante otros.
     La copa de buscar sinceramente a Jesús por encima de cualquier otra cosa,       aun por sobre cualquier cosa que nos distraiga o nos sea atractiva.
     La copa de buscar primero el reino mientras vivimos en este mundo, incluso en   el religioso, que a menudo busca las cosas que este mundo tiene para ofrecer. 

   Cuando nos manejamos por nuestra propia cuenta, las tentaciones de este mundo nos atraen tanto como a cualquier otra persona; pero no encontraremos esas cosas en la copa que Jesús nos ofrece.
¿Es capaz de disciplinar su vida de tal manera que aunque los demás busquen el mundo y sus placeres, usted continúe buscando a Dios? ¿Puede caminar solo con Dios, lo hace, y durante cuánto tiempo? ¿Es capaz de mantenerse firme contra los innumerables y dolorosos dardos del Enemigo, que se deleita en desviarlo de su andar con Jesús? 
Durante siglos Satanás ha perfeccionado su artillería, y es bastante eficiente en lo que hace. ¿Es Jesús lo suficientemente valioso para usted como para levantarse unos minutos más temprano a fin de estar a solas con él? ¿Es capaz de revisar su agenda diaria y verificar que haya pasado con Dios por lo menos tanto tiempo como el que dedica a los pasatiempos o a las actividades superfluas? ¿Es capaz de apagar el televisor con el propósito de retirarse a un lugar solitario y orar?

Aunque desarrollaremos este tema a lo largo del resto del libro, si usted considera que es difícil beber la copa, en realidad, es fácil comparado con el bautismo en el que Dios bautiza, porque él permite que experimentemos sufrimientos y dolores que nunca elegiríamos para nosotros. A veces permite sufrimientos tan intensos que podríamos dudar de Él si no fuera porque tenemos en su Palabra reiteradas promesas de su amor eterno … y aun así la oscuridad es tan densa que cuestionamos a Dios.

¿Durante cuánto tiempo es usted capaz de seguir a Dios cuando le toca experimentar sufrimiento, duelo, oraciones no respondidas, desesperanza, tinieblas espirituales? ¿Cuánto tiempo puede seguir a Dios con gozo o aun con paso vacilante, cuando no consigue explicarse lo que Dios está haciendo en su vida o en la de otro, porque según su punto de vista no tiene ningún sentido? ¿Cuánto puede seguir con Dios mientras padece serias necesidades crónicas? Usted ve que una y otra vez Dios responde a las oraciones de gente a su alrededor, pero por alguna razón que le es desconocida, no responde a las suyas. ¿Seguirá confiando en Él? ¿Cuánto tiempo puede seguirle cuando tiene la sensación de que ha vuelto su rostro y da sus bendiciones a otros, y usted no entiende porqué? En pocas palabras, ¿cuánto tiempo puede seguir esperando en Dios sin renunciar a Él o a la copa que ofrece?

Jacobo y Juan no eran tan fuertes como creían, y tampoco lo somos nosotros. Subestimaron tanto el alcance de su determinación espiritual como la profundidad de la copa y el bautismo. Si Jesús les hubiera mostrado el contenido de la copa y lo que incluía el bautismo, hubieran huido aterrorizados antes del Getsemaní. Lo mismo hubiéramos hecho nosotros.

También deberíamos reconocer que, al igual que Jacobo y Juan, no “sabemos” (“comprendemos”) lo que pedimos. Debemos pasar por un proceso de refinado que nos pondrá en condiciones de recibir bendiciones más profundas de parte de Dios. 

Sin embargo, nuestras oraciones se enfocan principalmente en tratar de eliminar los elementos que Dios utiliza para llevarnos al lugar de la bendición. ¿Debería sorprendernos que en Romanos 8:26, Pablo dijera “qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos [“comprendemos”]”? Oramos pidiendo bendición y grandeza, y después oramos pidiendo que Dios nos libere del procedimiento que utiliza para que se cumpla nuestra petición. Y además, por lo general culpamos a Dios por las oraciones no respondidas, cuando en realidad se está ocupando de responder lo que pedimos muy sueltos de lengua.

¿Por qué cosas ora usted … cuando ora?
En última instancia, forma parte de la naturaleza humana el que retrocedamos ante la copa puesta delante de nosotros. Jesús tenía ante sí la copa que debía beber: una cuya profundidad supera grandemente nuestra limitada comprensión. Su copa era tan intensa que le hizo verter gotas de sangre y sudor mientras luchaba en oración y agonía ante su Padre. 

En contraste con la ignorancia que mantenía a resguardo a Jacobo y a Juan, Jesús sabía bien en qué consistía la copa que debía beber, y hasta mirarla le daba repulsión. Jesús se refirió a su copa cuando estaba en Getsemaní, nombre que curiosamente significa “lugar de molienda”, donde se trituraba el fruto de los olivos para exprimir aceite. Deberíamos maravillarnos en las palabras anticipadas por Isaías: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados” (Isaías 53:5). Parte del quebrantamiento de Jesús comenzó con esta copa en Getsemaní. Si Jesús no hubiera bebido su copa, no tendríamos posibilidad de beber la nuestra. 

Más aun, nuestra copa hubiera contenido un infierno interminable, la separación eterna de Dios, la falta absoluta de un Redentor. Cuando Pedro intentó rescatar a Jesús de su inminente arresto, éste respondió: “Mete tu espada en la vaina; la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?” Jesús sabía que debía beberla. Él lo hizo porque nosotros no hubiéramos podido hacerlo. Bebió su copa para que nosotros pudiéramos beber la nuestra. Bebió la copa que Dios puso delante de él a fin de que pudiéramos tener parte con él para siempre.

En tres momentos sucesivos Jesús suplicó a Dios que quitara de él la copa. Rogó con una agonía más intensa que ninguna de todas las plegarias elevadas antes y después de la cruz. Pero también oró tres veces: “No sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26:39). Esa frase tuvo un alto precio para él, y lo tendrá también para usted si es sincero cuando la pronuncia, y no se limita a repetirla en forma automática en eso que llamamos oración.

¿Por qué cosas ora usted … cuando ora?
Sea honesto. Somos responsables de levantar la copa y beberla. Jesús la ofrece pero no todos la reciben. Puede usted beber la copa que él bebió.

Por favor, dame la copa, Señor. Es tan necesaria para mí como lo fue para ti. Dame fortaleza y coraje, porque aquello que estoy pidiendo me da temor. Transfórmame en una vasija adecuada para recibir no solo aquello que quieres darme, sino también para ser la persona que tú deseas. No tendría fuerzas para hacerlo sin ti. Vacíame, y lléname de ti. Hágase tu voluntad en mí. Hágase tu voluntad en la tierra: en mi tierra, en mi vida, como se hace en el cielo. Amén.

Si usted pronuncia esta oración, comenzará a caminar con Jesús de una manera nueva, que incluye cumbres asombrosas y profundidades sorprendentes. Andar con Jesús significa dar un paso por vez; no se trata de un proceso instantáneo. Este es el camino que Jesús nos invita a seguir.

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